1.- Nuestra capacidad de atención es limitada: Los pensamientos son el centro de nuestra vida, somos lo que pensamos.
Nuestra atención es tan limitada y selectiva que la interpretación que hacemos de todo lo que oímos, vemos o sentimos es única e incompleta. Por ejemplo: Al hablar de “algo que pasó”, es lógico que tengamos muchas percepciones diferentes a las que tienen otros. Pues fisiológicamente es imposible recordar el suceso de la misma manera, pues la memoria es limitada y las interpretaciones del suceso son subjetivas, se basan en nuestras experiencias personales anteriores. Por lo tanto, tenemos un recuerdo propio, único, limitado y muy afectado por la atención que prestemos a nuestros pensamientos en ese proceso. Pues vemos lo que pensamos y lo que pensamos lo atraemos.
“El que piensa en problemas, ve problemas y el que piensa en soluciones ve soluciones”.
Por lo tanto, en vez de perder el tiempo pensando en lo malo que pasó, aprovechémoslo hablando y pensando en lo que podemos hacer para que la próxima vez lo hagamos mejor, y de esta forma no pase lo malo.
2.- Sostener los sentimientos: No hay emociones buenas y malas.
Las emociones, en sí mismas no son buenas ni malas, depende lo que hagamos con ellas y de cómo las interpretemos. Y lo importante es saber reflexionar por que aparecieron, como nos sentimos con ellas cuál es su mensaje positivo, para así aprender a superarlas. Lo que no debemos hacer es justificarlas buscando un culpable fuera de nosotros.
La “ira” puede ser un sentimiento que nos dañe a nosotros y a los demás si es desmedida. Pero tiene su función positiva para aprender a “poner límites” cuando sentimos que abusan de nosotros.
Cabe destacar entre todas las emociones “la tristeza”. Por ser la única cuya finalidad es precisamente “parar para reflexionar” y así replantearnos las cosas con mayor claridad.
Se nos ha enseñado que las emociones “malas” hay que eliminarlas. Pero en realidad tienen una función didáctica, igual que las “buenas”, que nos ayuda a mejorar como personas. Para ello es esencial “mantenerlas” y reflexionar sobre ellas para superarlas, lo cual no resulta nada fácil, pero la experiencia siempre nos llevará a conocernos mejor, aunque la experiencia en sí no haya sido muy positiva.
3.- Empatía frente a simpatía
Para ayudar a los demás de verdad, debemos ayudarlos a “sostener su dolor”, simplemente escuchando con mucha atención, sin juzgar ni decirle lo que tiene que hacer, pues eso lo sabe mejor la persona misma. Y así extraerá su propio aprendizaje.
4.- El estrés y la capacidad de razonamiento son procesos incompatibles
Ya sabemos que nuestra atención es limitada, pero lo es más cuando estamos estresados. Pues tenemos un mecanismo que al aumentar el estrés nos disminuye la capacidad de atención. De esta forma ante un peligro grave solo nos permite pensar en sobrevivir, sin hacernos preguntas.
No es el momento de razonar cuando estamos muy estresados pues la atención está muy mermada y no razonaríamos correctamente.
Sin embargo, “el estrés en su justa medida” en muchos casos nos salva la vida, lo cual no está nada mal, ¡verdad!
5.- Tratar de evitar el malestar es el principio del problema
“evitar el malestar y el sufrimiento” es la forma en que nos autolimitamos y no hacemos frente a aquello que no nos gusta, perdiendo la oportunidad de “aprender a enfrentarnos a los problemas y superarlos”. Aprovechando aquellas situaciones que nos pueden ayudar a crecer y mejorar nuestra calidad de vida.
6.- Aprender la diferencia entre resignarse y aceptar
En la vida existen básicamente dos formas de afrontar las situaciones difíciles.
Una es “con resignación”: Ante una dificultad se sufre, se para y se autolimita. Viviendo con duda y culpa. -No se avanza-.
Y la otra es con “aceptación”: Que consiste en reflexionar, aceptar lo sucedido y avanzar mediante la acción. Para aprender y continuar conociendo nuestras emociones sin catalogarlas como buenas o malas. Dejando atrás la resignación.
avr – labecos